La génesis y definición del espacio es uno de los pocos quehaceres realmente específicos del trabajo del arquitecto. La consecución de la calidad espacial —el manejo de las dimensiones, de las proporciones o de la escala, de criterios compositivos y de conceptos como sorpresa, contraste, repetición, el uso de la luz natural o artificial— es un objetivo esencial de la arquitectura. El desconocimiento o la falta de dominio de estas materias supone una gran deficiencia disciplinar. La preocupación por la dimensión espacial tiene que ver con la condición misma del arquitecto y con la condición de servicio y disfrute que la disciplina implica; al mismo tiempo permite establecer relaciones fructíferas con otras disciplinas artísticas. No obstante, el concepto de espacio está cada vez más ausente en los foros de debate arquitectónico contemporáneo.
El espacio como categoría pertenece al mundo de lo intuitivo, de la síntesis como mecanismo de conocimiento, y se relaciona con el mundo menos racionalizable de la arquitectura, tanto en su configuración como en su percepción. En un recorrido a través de la historia de la disciplina podemos reconocer casi todas las grandes categorías y conceptos espaciales, que hoy aún siguen vigentes: no estamos asistiendo, por tanto, a la invención de nuevas categorías espaciales, pues no ha existido investigación conceptual seria, sino más bien a la reedición de muchas de las ya existentes —los espacios resultantes de la aplicación de las nuevas geometrías ‘fluidas’ estaban ya presentes en las experiencias espaciales barrocas o en las de la arquitectura expresionista europea—. Para ello ha sido determinante el uso de los nuevos mecanismos de representación, que consiguen una gran intensidad en la prefiguración y visión del espacio (no del espacio mismo), aunque a veces estos medios pueden llevar a una arquitectura exclusivamente bidimensional, atenta sólo a la geometría en planta.
El pequeño auditorio de Teulada, enfrentado a la intensa luz y a la belleza de la bahía alicantina desde su posición en la montaña, quiere presentarse, en su modestia de medios, como un gran espacio en sí mismo. Un único espacio continuo, configurado por musculosos muros de hormigón, que se prolonga en la gran fachada sureste orientada hacia el mar. Labrada y elaborada por el cincel de la luz mediterránea, esta fachada se convierte en manifiesto formal de la importancia que el espacio tiene en la arquitectura. Todas las demás decisiones están supeditadas a la cuestión del espacio esculpido en un volumen: un volumen que se trabaja fundamentalmente, y casi de manera exclusiva, desde la sección.





