En sentido estricto, ‘economía’ significa cómo distribuir unos recursos escasos con la máxima eficiencia. La definición del término ‘eficiencia’ varía en función de las distintas posiciones ideológicas pero, en todo caso, va más allá de un mero significado material: nos traslada una voluntad, una intención de búsqueda del equilibrio entre los medios utilizados y los objetivos conseguidos, y nos lleva a otros conceptos, algunos imprecisos, como la ‘gestión’ intelectual del proyecto arquitectónico desde la consideración de la economía como presupuesto ideológico y conductor.
Durante los últimos años, en un contexto de abundancia de medios y de escasa preocupación ética, la arquitectura, en la medida en que es un fiel reflejo de la sociedad, ha ido dejando de lado esta idea de lograr el máximo con los medios justos —una actitud que en nuestro país, especialmente entre los años cincuenta y los setenta, fue capaz de generar espléndidos edificios y una valiosa cultura de lo específico—, para promover una ‘arquitectura del espectáculo’ más preocupada por el alarde formal que por la calidad y el rigor arquitectónico. Ahora, ante la actual situación de crisis, se hace necesario más que nunca un esfuerzo ético y de responsabilidad para recuperar la economía como estrategia, como terapia o como simple ejercicio intelectual. La reivindicación de esa búsqueda de la abundancia en la escasez puede ser un punto de partida que nos permita conseguir resultados interesantes y atractivos para la arquitectura.
En el edificio para la nueva sede de Gamesa Eólica, ya desde las primeras conversaciones con la propiedad se había fijado la eficiencia como un objetivo del proyecto y como un concepto que debía acompañar todo el proceso. De hecho constituía la esencia del programa mismo —más de 500 ingenieros estudiando la máxima eficiencia energética en cientos de parques eólicos diseminados por todo el mundo y controlados desde este edificio— y la respuesta arquitectónica no podía prescindir de este ejemplo de economía afirmada en sus más estrictos términos, algo que, por ser tan preciso y estar tan presente, adquiriría valor de objetivo también arquitectónico. Las dobles fachadas, las orientaciones, la ordenación de los espacios de trabajo, las estructuras: todas las decisiones venían refrendadas por el objetivo de perseguir la economía, no sólo en sentido material del término, sino fundamentalmente en el de la precisión, que significa la adecuada asignación de cada elección arquitectónica en función del objetivo final de máxima calidad espacial y funcional para el trabajo.


