Naturaleza

Naturaleza


La arquitectura puede entenderse como un intento de la razón por superar los límites inmediatos y opresivos impuestos por la naturaleza. Hoy en día el proceso racional ha excedido el límite del necesario principio de respeto a la naturaleza, y como consecuencia vivimos un periodo de desconfianza respecto a la razón en general, y a la arquitectónica en particular, con modelos de trabajo y edificios que buscan diluirse y fundirse con lo natural, denotando una posición ‘acomplejada’ que duda de que la arquitectura pueda ofrecer opciones positivas, capaces de dar más y de generar una relación recíproca con lo natural. Así ocurre, independientemente de su capacidad expresiva, con las arquitecturas que se conforman sólo como reflejo inmediato de los procesos geométricos minerales, o con los blobs, curvilíneos y retorcidos hasta el infinito como si fueran de arcilla.

Por ello, la arquitectura no debe renunciar a su condición racional y constructiva, pero también poética, que supone la transformación de lo natural, porque precisamente el reconocimiento y el respeto a la naturaleza como alter ego de lo racional no exige que los edificios se diluyan o desaparezcan en la naturaleza, sino que establezcan con ella un diálogo respetuoso desde la diferencia: un diálogo en el que el trabajo del arquitecto sigue manteniendo objetivos específicos de índole técnica, social y cultural. Se han desarrollado ciertas actitudes que han resultado depredadoras con la naturaleza, pero sólo desde la arquitectura, reconsiderada en función de objetivos más responsables e inteligentes, y por ello más éticos, se puede reconstruir una relación entre lo artificial y lo natural.

El Centro Hípico en Ultzama —un cuidado valle navarro, de gran riqueza natural, protegido y duro, donde la arquitectura de los caseríos, volumétrica y clara, se asienta con rotundidad y con respeto— participa de esta idea de establecer una relación respetuosa con el entorno natural sin dejar por ello de manifestar su condición arquitectónica. La utilización de formas y volúmenes nítidos, ejecutados con elementos reconocibles, como pasa en las cubiertas, o basadas en tipologías agrarias como las granjas de vacas comunes en el lugar, todos ellos cuidadosamente reinterpretados a partir del trabajo con los materiales —chapa de aluminio y madera de roble— ha permitido mantener un discurso que, sólo en apariencia, es de imposición. ¿Podría esta naturaleza verde y obsesiva admitir otra actitud, establecer un diálogo atractivo con otro empeño que no fuera el de colocar una arquitectura sin ‘fisuras’, y por ello mucho más respetuosa del lugar?