La manera de abordar el proceso del proyecto ha ido variando durante los últimos años por la consideración de aspectos nuevos. La utilización de los nuevos sistemas de representación ha sido un factor determinante. Además, el reconocimiento y reivindicación de la dimensión social, cultural, técnica o económica de la arquitectura implica unas relaciones interdisciplinares que han enriquecido el proceso. La cuestión es si la introducción de estas variaciones ha significado un cambio de los paradigmas arquitectónicos.
La interrelación entre conocimientos es fundamental: siempre la arquitectura se ha nutrido de ellos. El proceso del proyecto puede entenderse como un crisol donde se catalizan informaciones y referencias, transformándose, a partir de la acción del arquitecto, en arquitectura misma. El proceso debe permanecer atento a estas influencias, pero sin renunciar a los objetivos e instrumentos propios de la realidad autónoma y específica que es la arquitectura. El espacio, el contexto, el material, los distintos sistemas constructivos, la reflexión sobre el programa, la historia misma de la arquitectura… Todo ello constituye la esencia de las decisiones que configuran el proceso de proyecto y al final del mismo se ha de proponer arquitectura. Cualquier idea puede estar en el origen de un proyecto, pero es su desarrollo elaborado —el proceso—, el que le confiere consistencia arquitectónica. La transformación inmediata de una idea inicial en proyecto suele generar resultados poco interesantes. La construcción es algo tan fructífero e intenso como el proyecto mismo, y al hablar del ‘proceso’ se hace referencia a una arquitectura total. En ocasiones se considera el proceso como algo virtual, sosteniendo que las propuestas más influyentes de la historia de la arquitectura nunca fueron materializadas. No obstante, si bien algunas de ellas quedaron sobre el papel, lo cierto es que la mayoría nacieron con la voluntad de ser construidas.
Las piscinas de Orense carecían de una idea rectora. El enfrentamiento al proyecto, que suele estar liderado por un concepto generador, en este caso no estaba condicionado por ninguno. A partir de aquí, pareció interesante resolverlo de un modo aséptico, de forma que el resultado fuera simplemente consecuencia de aplicar maneras de solucionar los problemas —maneras personales definidas a lo largo de años de trabajo—, y dejando que el proyecto se fuera ‘ilustrando’ por el constante bombardeo de informaciones, requerimientos o condicionantes. El proceso por sí mismo, si se ejerce de una manera intensa, es capaz de generar arquitectura suficiente.


