El concepto de técnica implica aplicación, habilidad. Es instrumental, pero puede ir más allá. La dimensión técnica es una de las que otorga al arquitecto una mayor capacidad de investigación y de acción en el proceso de realización del proyecto y de su construcción. Es un hecho objetivo al que nos enfrentamos e implica conocimiento y capacidad de elaboración. Los materiales, sus procesos de manipulación y transformación, los sistemas estructurales o infraestructurales, no son sólo elementos operativos para una ejecución correcta y eficaz, sino que constituyen una base sobre la que investigar y elaborar el proyecto mismo. Es precisamente el principio de la elaboración a partir de los materiales más simples, de los sistemas físicamente más claros, el que puede adquirir una dimensión ‘ideológica’ hasta convertirse, como en algunos de los mejores edificios contemporáneos, en la razón sustancial a partir de la cual surge el proyecto.
La condición técnica así entendida, el valor añadido que supone como método de conocimiento y elaboración, precisamente porque no es insustancial e inmediato, no queda visible en el resultado final de manera expresa, sino en función de la calidad general que adquiere el edificio, de la sensibilidad e inteligencia que se adivinan a través de él. La atracción por el riesgo de llevar los materiales hasta las últimas consecuencias —un riesgo calculado y deliberado, que requiere tocarlos y conocerlos— es otro de los fundamentos de la técnica arquitectónica. El trabajo en un taller de hierro, madera o cualquier otro material puede resultar más instructivo que las clases de proyectos y de construcción en las escuelas. Hoy más que nunca, el conocimiento técnico debe ponerse al servicio de una arquitectura más inteligente, económica y sensible al contexto y al medio (no al espectáculo). La técnica y la ética van, por tanto, unidas.
El Centro de Formación en Nuevas Tecnologías de Santiago de Compostela, además de una reflexión sobre el lugar, la topografía o su relación con el Monasterio de Conxo, es un ejercicio de transformación en estructura de un material —acero galvanizado—, conformado en delgadas pletinas: una estructura que no se destaca de modo prepotente, sino que se funde, por el fino trabajo de sus uniones y superando el límite impuesto por el pandeo, con la fachada y la carpintería. Se ahorran así energía y medios en el proceso constructivo. Este principio de trabajo estructural no es específico, sino que puede aplicarse a otras obras, porque lo importante no es la imagen resultante, sino la razón técnica, objetiva y esencialmente arquitectónica que está detrás.

