Topografía

Topografía


Cuando existe la topografía como condición previa, constituye uno de los aliados más útiles y fructíferos para el proyecto. En nuestra retina abundan las imágenes de edificios cuyo máximo interés radica en la forma en que se han enfrentado a la topografía. Desde aquellos intuitivamente topográficos, cuya configuración responde a las fuerzas físicas, a los empujes directos del terreno, hasta los programática o artificialmente topográficos, como los que convierten la idea de la plataforma o del plinto en argumento básico, pasando por los que son en esencia topografía, como la Villa Malaparte. Todos ellos ayudan a entender la importancia de este concepto no sólo como condicionante natural, sino como punto de partida racional, fundamental desde el principio en el diseño del edificio.

La indiferencia del proyecto hacia el terreno en que se asienta produce un resultado estéril y pobre, y tiene su origen en dos causas, una conceptual, la otra más instrumental: por un lado, la cultura del ‘objeto arquitectónico’ autónomo, desposeído de toda dependencia física o cultural; por otro, la ausencia del trabajo desde la sección, que revela una manera de entender el proyecto no como algo integral, con dimensión espacial, sino más bien como un desarrollo en planta, sustentado en ejercicios de naturaleza sólo geométrica, consecuencia de una simplificación o interpretación equivocada de la modernidad donde el organigrama adquiriría, como instrumento, condición sustancial. Cada vez se trabaja menos desde la sección y ello disminuye la capacidad para apreciar o para generar, en el proceso de proyecto, topografías que lo enriquezcan y creen relaciones espaciales con el paisaje o la ciudad. Si la topografía —el hecho físico más inmediato al que se enfrenta el arquitecto—, cuya consideración condiciona incluso los sistemas económicos y estructurales básicos del proyecto, no se tiene en cuenta, ¿qué margen de contextualización, de respuesta real, le queda a la arquitectura?

En el auditorio de Ávila, la topografía no sólo tiene un carácter instrumental para evitar la excesiva presencia de los volúmenes requeridos por el programa, o para generar secciones y espacios interiores, sino que se convierte en un modo de establecer una relación con la realidad del lugar. Un lugar donde la densidad, la intensidad, el peso y el apego a las rocas graníticas constituyen la esencia del paisaje urbano, y particularmente del potente paisaje histórico representado por las murallas. Las rocas se integran con el edificio hasta el punto de que éste no se posa en ellas, sino que se hunde en los cortes artificiales, surgiendo como un sistema rocoso más.