Identifica el diccionario de la RAE la urbanidad con cortesía, comedimiento, atención y buen modo, términos todos que implican la relación con alguien o con algo. La arquitectura es por principio relación: con la ciudad y sus componentes a partir del crisol que es el espacio público, con la naturaleza, con el paisaje… Pero también entre sus distintos elementos: estructura, composición, articulación, límites…
Podríamos también asociar el concepto a otros como elegancia, gusto, distinción… vinculados más con la hechura de la arquitectura que con los supuestos ideológicos que exigen que el proyecto sea fruto de una cuidadosa elaboración, del contraste, de un proceso que requiere tiempo —algo fundamental, cuando hablamos de urbanidad, como requisito en el proceso de integración con el entorno—. La buena arquitectura mejora con el tiempo, y es el tiempo el que evidencia el grado de urbanidad del edificio. La concepción de la arquitectura centrada exclusivamente en una aproximación objetual y visual, olvidando los problemas que la rodean y a los que ha de enfrentarse, implica renunciar a buen número de instrumentos que permiten dotar a la solución de contenido. La urbanidad es complejidad fructífera.
En el Palacio de Congresos de Palma no era posible obviar el valor urbano y paisajístico del lugar. El complejo programa y las dimensiones —380 metros de largo— hacían pensar en construir una parte de la ciudad más que un edificio. El cercano núcleo urbano, la catedral, el mar, la luz tan fantástica como ‘peligrosa’… constituían la realidad de la que había de nutrirse el proyecto para encontrar una solución sensible, educada y a la vez significada en el entorno.
El proyecto parte de la idea de que la condición representativa y pública del edificio obliga a entenderlo como una continuidad del paseo marítimo, formalizada en una serie de espacios con carácter exterior pero también interior, de naturaleza ambigua y pretendidamente rica, en donde se suceden los diferentes usos. Esa condición sustenta asimismo la creación de una fachada profunda, orientada a suroeste, que mira al mar y alberga en su interior todas las comunicaciones verticales uniendo los distintos programas. El visitante puede sentir que recorrer esta fachada no es sino continuar su paseo contemplando el horizonte marino. Su espesor convierte la fachada en un gran brise-soleil de carácter estructural que controla la entrada de luz. Los espacios se configuran según un desarrollo geométrico quebrado que rememora las huellas del trazado de las murallas históricas de Palma, permitiendo no solo organizar y ubicar los distintos programas, sino evitar las visiones laterales masivas que un edificio de 380 metros puede generar.


