El edificio se sitúa en el límite del área consolidada de la ciudad de Tafalla. En el borde de un paseo que es a la vez el límite entre la ciudad histórica y un «desdibujado» mal llamado ensanche, y fachada de uno de los principales accesos rodados del núcleo urbano. Su ocupación es consecuencia de la unión de varias parcelas, más estrechas, previamente existentes en la zona.
Una normativa urbanística carente de cualquier sentido arquitectónico obligaba a aplicar criterios de ocupación y compositivos que siguieran una absurda interpretación del «hecho histórico» planteada desde criterios elementales y reduccionistas del mismo.
Huyendo en la medida de lo posible de este planteamiento, el proyecto, que no obstante tiene que adaptarse a las alineaciones previamente establecidas, pretende centrar la respuesta en la racionalización de la ocupación, la variedad de los programas funcionales y su capacidad de adaptación a los futuros cambios y sobre todo, en la consideración de vocación urbana como edificio límite entre dos puntos de la ciudad y pantalla dinámica del paseo arbolado al que se orienta.
Las viviendas que se alinean a lo largo del paseo se organizan condicionadas por la profundidad de crujía —18 m—, así como por la decisión de plantear la estructura según unos «pilares pantalla» que definen unas líneas estructurales, perpendiculares al paseo, y una geometría que recuerda la manera histórica de ocupar el área.
Dos áreas bien diferenciadas, pública y privada, la pública orientada al paseo, la privada hacia un gran espacio interior de manzana, se organizan articuladas por pequeños patios, revestidos de chapa de aluminio, que iluminan los accesos y los volúmenes de vidrio que contienen las cocinas de las viviendas.
Las viviendas situadas en esquina reflejan, en su organización y en la composición de esta parte del edificio, la importancia que la misma tiene como elemento urbano a destacar y como referencia visual desde el acceso a la ciudad.